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  ¿Cuáles son los asesinos de la oración?
 
¿Cuales son los asesinos de la oración?


La mejor manera de no tener basura espiritual que obs-taculice nuestra vida de oración es evitándola. Pero si no la ha podido evitar, lo mejor será limpiarla cuanto antes. He descubierto que hay diez bloqueadores comunes para las oraciones eficaces. Los llamo asesinos de la oración porque se llevan todo el poder de nuestras oraciones e impiden nuestra relación con Dios. Si encuentra que uno o más de estos bloqueadores se ajustan a usted, confiéselos a Dios y pídale perdón para restablecer su conexión con Él.

Indice:

  1. Pecados no confesados
  2. Falta de fe 
  3. Desobediencia
  4. Falta de transparencia con Dios y con otros
  5. Falta de perdón
  6. Motivos falsos
  7. Idolos de la vida
  8. Indiferencia hacia otros
  9. Indiferencia hacia la soberania de Dios
  10. Voluntad rebelde
  11. Preguntas

 

Asesino de oración #1: Pecados no confesados

El pecado no confesado es quizás el más común de los asesinos de la oración. El Salmo 66.18 dice: «Él no habría escuchado si yo no hubiera confesado mis pecados» (La Biblia al día). Cuando la Biblia habla de mirar el pecado, se refiere al pecado inconfesado. Dios es perfecto y no puede tolerar el pecado en nosotros. Como resultado, le resta el poder a nuestras oraciones.

La buena noticia es que Dios nos perdona cuando confesamos el pecado y este desaparece. Los antecedentes se borran y no tenemos que rendir más cuenta por ellos. Jeremías 31.34 dice: «Porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado». No solo Dios perdona nuestro pecado, sino que decide verdaderamente olvidar todos los pasados. En ese momento se restaura nuestra relación y nuestras oraciones vuelven a cobrar poder. Nuestras acciones pasadas pueden aun tener sus consecuencias, pero el pecado en sí recibió perdón.

Si ha confesado su pecado y lo ha rendido a Dios, pero continúa sintiéndose acusado, no es la voz de Dios la que escucha; es la de Satanás, el acusador, atacándole. Siempre recuerde, el perdón de Dios es completo. Primera de Juan 1.9 dice: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados». No deje que Satanás le acuse cuando ya Cristo le ha libertado.

El pecado no perdonado también tiene otras consecuencias. Podíamos decir este salmo a la inversa y esto también sería cierto: «Él habría escuchado si yo hubiera confesado mis pecados». El pecado embota nuestros sentidos y nos separa de Dios. Analice el caso de Adán y Eva: Cuando pecaron, no quisieron andar más con Dios; se escondieron de Él.

Además de hacernos huir de Dios, el pecado también hace que nos aislemos de otros creyentes. En Life Together [La vida juntos], Dietrich Bonhoeffer escribió:

El pecado demanda la posesión del hombre. Lo retira de la comunidad. Mientras más aislada esté la persona, más destructivo será el poder del pecado sobre ella y más desastroso será este aislamiento. El pecado desea permanecer en oculto. Huye de la luz. En la oscuridad de lo inexpresado envenena todo el ser.

El pecado aparta a la persona de la comunidad de los creyentes y, al estar lejos de otros cristianos, evita que recibamos el beneficio de rendir cuentas. Es un círculo vicioso. Como reza el refrán: la oración evita que pequemos y el pecado evita que oremos.

Si está albergando pecado en su vida, confiéselo ahora y reciba el perdón de Dios. Despeje lo que está evitando que se comunique con Dios.

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Asesino de oración #2: Falta de fe

La falta de fe tiene un impacto increíblemente negativo en la vida del cristiano. Sin fe la oración carece de poder. Incluso Jesús no pudo realizar ningún milagro en Nazaret porque la gente no tenía fe (Marcos 6.1–6).

Santiago, el hermano de Jesús, revela el efecto que la falta de fe produce en la oración. Santiago 1.5–8 dice:

Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor. El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos.

Qué increíble revelación es esta para el corazón del infiel. La palabra doble ánimo habla de una condición en la que la persona se divide emocionalmente casi como si tuviese dos almas. Esa condición hace a la persona inestable y la incapacita para escuchar a Dios o recibir sus dones.

La fe es realmente un asunto de confianza. Jesús dijo: «Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis». Las personas muchas veces son remisas a poner su confianza en Dios. Pero cada día confían en otros sin cuestionar, ostentando una fe que a Dios le agradaría recibir de ellos. Piénselo. La gente va a los doctores cuyos nombres no pueden pronunciar, reciben una receta que no pueden leer, la llevan al farmacéutico a quien nunca han visto, obtienen una medicina que no conocen, ¡y entonces se la toman!

¿Por qué es mucho más fácil confiar en estos desconocidos que confiar en un Dios que es fiel y amoroso en todos los aspectos? La respuesta está en dónde ponemos nuestra confianza. Mucha gente pone su confianza en sus amigos, cónyuges, el dinero o en ellos mismos. Sin duda, cualquier cosa menos Dios los defraudará, pero aun la mínima cantidad de fe en Él puede mover montañas.

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Asesino de oración #3: Desobediencia

Recuerdo una tarde cuando tenía diecisiete años y estaba acostado en mi cama leyendo la Biblia. Hacía como un mes que había rededicado mi vida a Cristo y aceptado el llamado a predicar. Ese día estaba tratando de memorizar 1 Juan y me encontré con este versículo: «Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de Él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de Él» (1 Juan 3.21–22).

De pronto pareció como si Dios hubiera abierto una puerta en mi mente y algo sonó. Me inundé de entendimiento. Aun lo recuerdo vívidamente porque fue uno de esos momentos especiales de iluminación que una persona experimenta en momentos cruciales de su vida. Al volver a leer el versículo, circulé la palabra porque en mi Biblia. Me di cuenta de que recibimos de Dios porque le obedecemos. Esa es la condición que debemos cumplir para poder acercarnos a Él en oración.

Si vamos a desarrollar una creciente relación con Dios y llegar a ser personas fuertes en la oración, debemos obedecer. Mantenernos alejados del pecado no es suficiente. Tampoco la fe. Si nuestros labios confiesan que creemos, pero nuestras acciones no lo demuestran con un despliegue de obediencia, esto prueba la debilidad de nuestra creencia. La obediencia debe ser el resultado natural de la fe en Dios. Quien obedece a Dios, confía en Él y le obedece.

Norman Vincent Peale contó una historia de su niñez que revela la manera en que la desobediencia obstaculiza nuestras oraciones. Cuando niño una vez se consiguió un puro. Se dirigió a un pasillo trasero donde imaginó que nadie lo vería y lo encendió.

Al fumarlo descubrió que no tenía buen sabor, pero sí le hacía sentirse adulto. Al exhalar el humo notó que un hombre venía por el pasillo en dirección a él. A medida que el hombre se acercaba, Norman se percató horrorizado que era su padre. Era muy tarde para tratar de tirar el puro, por lo tanto, lo escondió detrás de él y trató de actuar de la manera más natural posible.

Se saludaron y para consternación del muchacho, su padre comenzó a conversar con él. Desesperado por distraer la atención de este, el niño divisó una cartelera cercana que anunciaba un circo.

«¿Puedo ir al circo, papá?», le rogó. «¿Puedo ir cuando venga al pueblo? ¿Por favor, papá?»

«Hijo», respondió su padre en voz baja, pero firme, «nunca hagas una petición mientras al mismo tiempo tratas de ocultar el humo espeso de la desobediencia a tus espaldas».

Peale nunca olvidó la respuesta de su padre. Le enseñó una valiosa lección acerca de Dios. Él no puede pasar por alto nuestra desobediencia aun cuando tratemos de distraerle. Solo nuestra obediencia restaura nuestra relación con Él y añade poder a nuestras oraciones.

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Asesino de oración #4: Falta de transparencia con Dios y con otros

El 4 de junio de 1994 tuve el privilegio de hablar a sesenta y cinco mil hombres Cumplidores de Promesas en Indianápolis, Indiana. Hablé del valor de la integridad moral, de valorar a nuestras esposas y de mantenernos sexualmente puros. Durante las semanas que antecedían a la actividad sentí una tentación sexual y una presión como nunca antes había tenido. Le dije a mi esposa Margaret: «No me pierdas de vista durante las próximas semanas». Sabía que era objeto de serios ataques.

También tomé la decisión en ese entonces de dar a conocer mis luchas a mis compañeros de oración. No fue nada fácil, pero comprendí que si era sincero con ellos, a su vez podrían orar con más eficacia por esta situación. Mi transparencia hizo posible que oraran por mí muy específicamente y pude resistir la tentación. Creo que fueron sus oraciones las que me ayudaron a resistir este increíble período de dificultad y permanecer fiel a Dios.

Santiago 5.16 dice: «Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados». Santiago da a conocer la verdad acerca de Dios: Cuando confesamos nuestros pecados unos a otros, lo cual requiere de nosotros una absoluta transparencia, Dios puede sanarnos y limpiarnos. Experimentamos una restauración espiritual, física y emocional. Además, nuestra transparencia ayuda a otros porque les muestra que no están solos en sus dificultades.

Dietrich Bonhoeffer ha escrito acerca de la importancia de confesarnos abiertamente con otros cristianos. En Life Together [La vida juntos] dice:

En la confesión la luz del evangelio penetra en las tinieblas y la reclusión del corazón. Debe llevarse el pecado a la luz. Lo inexpresado debe comunicarse y reconocerse francamente. Todo lo secreto y oculto debe manifestarse. Es una dura lucha hasta que se admite el pecado con sinceridad. Pero Dios rompe la puertas de acero y las rejas de hierro. Nuestro hermano rompe el círculo del autoengaño. Un hombre que confiese el pecado en presencia de otro hermano sabe que ha dejado de estar solo. Experimenta la presencia de Dios en la realidad de la otra persona.

La parte más difícil de ser sincero es la confesión. El yo se convierte en una piedra de tropiezo y obra el temor de dañar nuestra imagen. Esto es algo con lo que la sociedad en pleno lucha. Cada cual quiere culpar a otros por sus defectos y problemas.

A través de los años he tenido que luchar con mi hijo, Joel Porter, en este asunto. Se niega a confesar cuando hace algo indebido. Cuando pequeño, al cometer un error, solía decir algo sin aludir a su responsabilidad. Margaret y yo teníamos que repetirle: «Joel, cuando haces algo mal, di: «Lo siento». Quería mantenerse al margen y lograr que se disculpara por lo que él había hecho era todo un objetivo.

La transparencia es difícil para muchas personas. Numerosos pastores que conozco tienen mucha dificultad con eso. Pero la franqueza con otros puede tener un profundo efecto en usted. La transparencia con Dios al orar le coloca en la agenda de Él en lugar de la suya, y también le da la libertad a otros creyentes para que oren por usted estratégica y específicamente.

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Asesino de oración #5: Falta de perdón

Quizás recuerde el pasaje de la Escritura en el que Pedro le pregunta a Jesús acerca del perdón. Le dice: «Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?» (Mateo 18.21). La Ley hebrea exigía que la persona perdonara tres veces una ofensa. Pedro, al sugerir siete, pensó que era muy indulgente y perdonador. Quizás se sorprendió cuando oyó la respuesta de Jesús: «No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete» (Mateo 18.22).

Jesús trató de enseñarle a Pedro que el perdón no era un asunto de matemáticas. Ni tampoco una alternativa de palabras. Se trata de una actitud del corazón y de que el Espíritu Santo nos dé el poder para perdonar. ¿Por qué el perdón es tan importante? La respuesta la encontramos en Mateo 6.14–15: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas».

Perdonar y ser perdonado son gemelos inseparables. Cuando una persona se niega a perdonar a otra, se daña a sí misma porque su falta de perdón se puede adueñar de ella y producirle amargura. Y con amargura no se puede entrar en la oración y salir con bendición. El perdón no solo le permite a su corazón a hacer lo bueno, sino también a ser luz.

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Asesino de oración #6: Motivos falsos

Una vez escuché la historia de un ministro que salió un día a caminar por una hilera de casas muy suntuosas de estilo victoriano. Mientras paseaba por allí divisó un muchachito saltando en el portal de una de ellas, bella y antigua. Estaba tratando de alcanzar el timbre que se hallaba en un lugar alto al lado de la puerta, pero era muy pequeño para llegar.

Sintiendo pena por el muchacho, el ministro se llegó hasta allí, entró en el portal y tocó el timbre con fuerza por él. Entonces sonrió y le dijo: «¿Y ahora qué, jovencito?»

«Ahora», exclamó el muchacho, «¡a correr como loco!»

El hombre juzgó mal los motivos del muchacho en la historia, pero Dios no comete errores en cuanto a nuestros motivos. Cuando estos no son buenos, nuestras oraciones carecen de poder. Santiago 4.3 dice: «Pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites».

A veces incluso puede ser difícil conocer nuestros motivos. En mi experiencia he observado dos cosas que rápidamente exponen nuestros falsos motivos:

1. UN PLAN MAYOR QUE NOSOTROS: Grandes planes, los que se montan por encima de nuestras cabezas, nos obligan a examinar por qué los estamos haciendo. Y ese proceso expone nuestros motivos. Piense en alguien como Noé. Dios le mandó a construir un arca en una época en que nunca había llovido sobre la tierra. Sin duda, era una tarea que no podía hacer solo. Cuando sus vecinos vinieron a reírse de él, Noé debió haberse examinado a sí mismo y el por qué lo estaba haciendo. Y eso le recordó su responsabilidad hacia Dios.

2. LA ORACIÓN: Cuando oramos, Dios nos habla y muestra nuestros motivos. Si estamos actuando con orgullo, temor, egoísmo, autosatisfacción, conveniencia, etc., Dios nos lo mostrará siempre que deseemos escuchar. Y si lo deseamos, Él cambiará esos motivos.

Ya que siempre quiero tratar de mantener mis motivos puros, le pido a Bill Klassen, mi compañero de oración personal, que me pida cuentas. Una de las preguntas que siempre me hacía cuando todavía pastoreaba la iglesia de Skyline era: «¿Estás abusando del poder que tienes en la iglesia?» Eso mantenía vigente mi sinceridad. Y sabiendo que tenía que enfrentarme a Bill cada mes y responder a esa pregunta, eso me ayudaba a recordar que debía examinar mis motivos continuamente para que se mantuvieran puros y alineados con lo que Dios deseaba para mí.

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Asesino de oración #7: Ídolos de la vida
Cuando la mayoría de las personas piensan en ídolos, vienen a sus mentes las estatuas que muchos adoran como dioses. Pero un ídolo puede ser cualquier cosa en la vida que se interponga entre nosotros y Dios. Los ídolos vienen de muchas formas como el dinero, la carrera, los hijos y el placer. Repito, es un asunto del corazón.

Ezequiel 14.3 muestra claramente el efecto negativo de cualquier cosa que se interponga entre una persona y Dios. Dice: «Hijo de hombre, esos hombres han puesto sus ídolos en su corazón, y han establecido el tropiezo de su maldad delante de su rostro. ¿Acaso he de ser yo en modo alguno consultado por ellos?» Este pasaje muestra muy claramente la aversión que Dios siente por los ídolos. Ni siquiera desea que un adorador de ídolos le hable. Por otra parte, cuando quitamos los ídolos de nuestras vidas, estamos listos para un avivamiento personal.

Revise su propia vida. ¿Hay algo que ha puesto por encima de Dios? Algunas veces es difícil decirlo. Una manera de saber si hay algún ídolo en su vida es preguntándose: «¿Estaría dispuesto a renunciar a esto si Dios me lo pidiera?» Mire con sinceridad su actitud hacia su carrera, sus posesiones y su familia. Si hay cosas que no dejaría por Dios, ellas están bloqueando su acceso a Él.

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Asesino de oración #8: Indiferencia hacia otros

El Salmo 33.13 dice: «Desde los cielos miró Jehová; vio a todos los hijos de los hombres». La perspectiva de Dios es inmensa. Ama a todo el mundo y desea que nos interesemos en otros de la misma manera que Él, y se acongoja cuando desatendemos a los demás.

Las Escrituras están llenas de versículos que respaldan el anhelo de Dios para que haya unidad entre los creyentes, entre hermanos cristianos, cónyuges, laicos y pastores. Por ejemplo, en Juan 13.34 Jesús dice: «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros». Primera de Pedro 3.7 exhorta a los cónyuges a que se consideren mutuamente. De lo contrario, dice, sus oraciones tendrán obstáculos. Y 1 Pedro 2.13 dice: «Someteos por causa del Señor a toda institución humana».

Otro de los beneficios de la oración es que le ayuda a aprender a amar a otros. Es imposible que una persona odie y critique a alguien por quien está orando. La oración genera compasión, no competencia. Por ejemplo, Bill Klassen a menudo les cuenta a los suyos acerca de su carácter cuando era un joven cristiano. Casi todos los domingos después del culto decía que había comido «pastor asado» en el almuerzo. Criticaba a su pastor muy severamente. Pero al crecer en su vida de oración, Dios comenzó a quebrantar su corazón tornándolo a favor de los pastores. Su espíritu de crítica desapareció convirtiéndose en uno de compasión. Y finalmente le indicó que comenzara su propio ministerio de «Compañeros de oración», dedicado a motivar a los laicos para orar por sus pastores. Ese fue un gran vuelco.

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Asesino de oración #9: Indiferencia hacia la soberanía de Dios

Creo firmemente en la soberanía de Dios. Pienso que esa es una de las cosas que me han ayudado a seguir siendo positivo durante los tiempos difíciles a través de los años. Sé que Dios me conoce totalmente y sabe qué es lo mejor para mí. Jeremías 1.5 dice: «Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué».

Cuando Jesús mostró a sus discípulos cómo orar, lo primero que hizo fue enseñarles a honrar a Dios por lo que es: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mateo 6.9–10). Ese es un obvio reconocimiento de que Dios tiene el dominio de todo, de que es soberano. Y establece nuestra relación con Él, es decir, la de un hijo bajo la autoridad de su Padre. Cada vez que no prestamos atención al orden divino de las cosas, nos apartamos de los límites e impedimos nuestra relación con nuestro Padre celestial.

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Asesino de oración #10: Voluntad rebelde

Había una vez una mujer escocesa que modestamente se ganaba la vida con artículos de cerámica que vendía por los caminos de su país. Cada día viajaba por los alrededores y cuando llegaba a una intersección tiraba una varita al aire. Del lado que cayera la varita le indicaba qué rumbo seguir. En una ocasión un anciano se atravesó en su camino al verle tirar la varita por tres veces consecutivas. Finalmente le preguntó:

—¿Por qué tira esa varita así?
—Dejo que Dios me indique hacia dónde ir—respondió.
—Entonces, ¿por qué la tiró tres veces?—preguntó el anciano.
—Porque las primeras dos veces me señalaron malas direcciones—fue su respuesta.

El propósito fundamental de la oración no es que obtengamos lo que queremos, sino aprender a querer lo que Dios nos da. Pero eso nunca sucederá si no rendimos nuestra voluntad y nos colocamos en la agenda de Dios en lugar de la nuestra.

La persona cuya voluntad está rendida a Dios mantiene una relación con Él como la que se describe en la parábola de la vid y los pámpanos. Dice: «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho» (Juan 15.7). La rama depende de la vid y vive unida a ella. A su vez la vid le proporciona de todo lo que necesita, lo que trae como resultado frutos abundantes.

Rendir nuestra voluntad a la de Dios reporta grandes beneficios. Uno de ellos es que Dios promete responder nuestras oraciones y conceder nuestras peticiones. Otro es que llegamos a recibir el poder de Cristo a través del Espíritu Santo. A semejanza de la vid y las ramas, Él fluye a través de nosotros, nos da poder y produce frutos.

El desarrollo de una vida de oración eficaz depende de la continuidad en mantener con Dios relaciones fuertes y desprovistas de pecado y desobediencia. En 1 Pedro 3.12 dice: «Los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal». Si luchamos por la justicia y confesamos nuestros errores, podemos permanecer cerca de Dios. Sin embargo, mantener nuestras relaciones con Él es un proceso continuo.

Vea el Salmo 139.23–24. Contiene las palabras de David, un hombre conforme al corazón de Dios, que mantuvo una de las mejores relaciones con Él en toda la Biblia:

Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón;
pruébame y conoce mis pensamientos;
y ve si hay en mí camino de perversidad,
y guíame en el camino eterno.

David conquistó algunos de los pecados más horribles de su vida por estar cerca de Dios. Fue un asesino y adúltero, pero se humilló ante Dios y confesó sus pecados. Y eso le permitió acercarse más a Dios y continuar creciendo y edificándose en sus relaciones con Él.

David es un gran modelo que debemos imitar. Si Dios pudo perdonarle y establecer relaciones especiales con él, también puede hacer lo mismo con nosotros. Si somos fieles, Dios nos acercará a Él y contestará nuestras oraciones.

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PREGUNTAS DE DISCUSIÓN

1. ¿Puede recordar alguna vez en que alguien le colgó el teléfono? ¿Cómo se sintió?

2. ¿Cuáles son las similitudes entre colgarle el teléfono a alguien y albergar uno de los asesinos de la oración en el corazón? ¿Cómo cree que Dios se siente cuando le «colgamos» a Él?

3. Las personas luchan con diferentes asesinos de oraciones. De los diez enumerados en el capítulo, ¿a cuáles es más susceptible? ¿Por qué son particularmente difíciles para usted?

  • a. pecado no confesado
  • b. falta de fe
  • c. desobediencia
  • d. falta de transparencia con Dios y con otros
  • e. falta de perdonar
  • f.  motivos falsos
  • g. ídolos en la vida
  • h. indiferencia hacia otros
  • i.  indiferencia hacia la soberanía de Dios
  • j.  voluntad rebelde

4. ¿Cuáles son algunos de los beneficios que nos brinda una franca comunicación con Dios sin ningún obstáculo espiritual?

5. ¿Qué cosas puede hacer para evitar caer en el hábito de cualquier asesino de la oración?

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John C. Maxwell
Compañeros de oración
1996, Editorial Caribe
 
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